viernes, 20 de noviembre de 2009

Un joven apolítico en un país de indiferencia política



Recuerdo la conversación que una mujer de unos cincuenta años sostenía por celular con quién yo supongo era su hijo, mientras esperaba mi turno para inscribir la cedula en el puesto de votación más cercano a mi casa. Ella le rogaba que se acercara al lugar para inscribirse con motivos como: “quieres que gane otra persona diferente a Uribe, […] no te preocupa el trabajo de tu padre, […] sal de tu cama y has algo por ti mismo”. Quince minutos después, y con profunda molestia, la mujer colgó, y dado que nadie más que su marido apareció para hacer la inscripción de cedulas, supuse que se había rendido. Hoy, creo que efectivamente lo hizo e imagino que la razón puede encontrarse en que los jóvenes son apolíticos. Apolítico entendido como todo aquel que no muestra ninguna manifestación de interés frente a la política. Manifestación que en el ciudadano del común se hace evidente a través del voto.

La indiferencia de este hijo, y en general de los jóvenes que son apáticos frente a la política, me cuestiona y asombra. Según datos recientes de Napoleón Franco sobre las elecciones del 2010, solo el 48% de los ciudadanos entre 18 y 33 años piensan asistir a las urnas. Por esa razón me puse en la tarea de pensar en las causas que explicarían esa indiferencia. Hay un grupo de jóvenes que son indiferentes porque su realidad económica no le permite interesarse en la política. Ellos enfrentan desde temprana edad problemas de pobreza y marginación. La falta de oportunidades laborales los obliga a dedicar todo su tiempo a la supervivencia diaria. En esas condiciones, ¿quién puede dedicarse a pensar en la política? ¿en los políticos? ¿quién tiene el tiempo de dedicarse a leer programas de gobierno, y a escoger opciones que más se acercan a su posición ideológica? Muy poca gente podría hacerlo.
Los jóvenes que no entrarían en esa categoría, de tener que dedicar todo su tiempo a la supervivencia, son los que a mi parecer no les interesa la política. No tienen la necesidad de enfrentarse al Estado o encuentran entre las inmensas redes clientelistas que enmarcan la política colombiana la solución para no relacionarse directamente con el stablishment.

Son estas las causas inmediatas que explican el porqué de la apatía. Pero hay causas más de fondo que responden a la manera como se hace y se entiende la política en este país que podrían explicar el desinterés de los jóvenes en general. La corrupción se presenta ante mí como una causa de gran nivel explicativo; la imagen generalizada de los políticos es que son corruptos. Todos los días aparecen a través de los medios noticias sobre escándalos que involucran a los funcionarios públicos como la Yidis-política, el caso de las zonas francas de los hijos de Uribe, Agro Ingreso Seguro, solo por nombrar algunas. Al principio generan indignación pero con el tiempo, y dado que no hay ningún tipo de penalización ni legal ni social frente a esto, terminan por quedar en el olvido. Olvido que lleva a la asimilación generalizada de que lo único que se puede hacer frente a los políticos, es escoger el candidato que se considere menos corrupto, o simplemente abstenerse de escoger alguno.

La “oferta” de políticos tampoco soluciona lo anterior; vemos a los mismos candidatos buscando ser reelegidos, o a nuevos candidatos que en su discurso apelan a un nuevo tipo de política, pero que en realidad no engañan a nadie. Se sabe que siguen reproduciendo los problemas estructurales de un país que no conoce la democracia en su sentido pleno. Sumado a esto, no hay mecanismos institucionales que permitan invitar a aquellos indiferentes a interesarse en los programas y en el impacto de las políticas. Por esa misma indiferencia, los jóvenes no se ponen en la tarea de leer a los candidatos. Ni siquiera consideran que lo que pasa en el gobierno, en el congreso o en las cortes los terminan afectando tarde o temprano.
Muchos piensan que el desinterés en la política se podría combatir con la ayuda de los medios de comunicación, y en eso estaría de acuerdo si la situación de la información fuera diferente en este país. Los medios de comunicación llamados a informar y hacerle seguimiento al poder no lo hacen. El medio que más consume la población, según la encuesta de consumo cultural hecho por el Dane, es la televisión para el 95.2% de los ciudadanos. Así que la información que reciben proviene solamente de dos fuentes, Caracol y RCN. Hace seis años estos dos canales se disputaban el 90% de la audiencia, mientras que CM& y Noticias Uno se repartían el 10% restante. Hoy no ha cambiado la situación. La información que es fuente de opinión, y que retaría el desinterés de los jóvenes, está encadenada a dos posiciones que en la mayoría de los casos coincide. En ese sentido, los medios de comunicación no son una vía para generar interés en la política.

El caso de aquel joven que se rehusó a inscribir su cedula, no es más que el reflejo de un país que estructuralmente no genera las posibilidades para la participación. Un país donde los nuevos políticos reproducen la corrupción y el clientelismo, y donde los medios en vez de crear opinión desinforman y confunden. Refleja una juventud que a pesar de iniciativas aisladas como la de la marcha del 4 de febrero de 2008, no muestra mayores iniciativas para participar en la política o al menos para tener una posición frente a esta. Juventud que no iniciará procesos transformadores como los iniciados por antecesores de la séptima papeleta. ¿Quién quiere entonces inscribir su cedula? Espero que todavía, y motivado por haber leído esta columna, quieran desmentirme y decidan depositar su voto en las urnas en las próximas elecciones.

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